Existimos porque alguien piensa en nosotros y no al revés

martes, 14 de febrero de 2012

Paradoja de la fuerza.



Desgastado por el tiempo, las arrugas se marcaban lentamente sobre su piel,
definiendo laberintos de andaduras y nudos de sentimientos.
Se había convertido en un experto del cinismo, simulando cada mueca 
desacorde con su interior, tan joven y complaciente, como cuando era un niño.
Era un sumiso cubierto de cicatrices, incapaz de observar la dirección
de las mordeduras de su agresor, un sádico insaciable.
Palidecía, se estremecía, corría el miedo por sus venas,
la angustia jugaba a ahorcarle, su poder se quedaba a ciegas.
Solo creía tomar el control cuando hervían su inocencia a fuego lento,
para luego hacerla estallar con un estrepitoso acercamiento.
Lo creía, pero nunca jamás tenía la certeza, le arrebataron a tiras su seguridad,
pisaron su dignidad, y no supo defenderla.

Caminaba escondido entre la vergüenza y la pena, observaba su reflejo en el 
espejo pero no encontraba las diferencias, habían engullido su esencia.
Caminaba, y mientras lo hacía, olvidaba que él manejaba todas las incidencias,
que la debilidad de su agresor se acunaba en la base de la acción,
 para aumentar su fortaleza, que utilizaba la culpa como instrumento para amedrentar 
su valía, manteniendo bajo insomnio la posibilidad de huida.